San Telmo
Hace un año el diario “El sol de San Telmo” le preguntó a 20 personas qué les gustaba del barrio y el 90% respondió que le recuerda a su barrio natal. Lo llamativo es que los entrevistados eran de Francia, Hawai y hasta Aldo Bonzo. Daba lo mismo.
Cada comunidad tiene su característica. En Barrio Norte, que es de donde yo venía, en los ascensores hay flotando perfume importado. Las señoras paquetas no salen a la calle sin oler a europeo. En san Telmo eso no pasa, porque no tenés ascensores.
Ahora hay torres de departamentos, pero la mayoría estamos a tres pisos por escalera y en el verano te la regalo. Por otro lado acá huele a europeo de todas formas, porque está lleno de gringos, y puedo asegurar que no exudan perfume francés precisamente.
Y la otra es que las personas no salen luqueadas a la calle, san Telmo es el reino de la ojota.
En Barrio Norte no vas a ver un perro marca perro, son todas miniaturas de cotillón que ladran agudo. Son todos perros de diseño, ideales para que entren en la cartera Luis Vitton y se puedan llevar a tomar el té con las amigas.
Acá podés hacer lo que quieras. Si se te ocurre tener un loro de mascota y salís con el pajarraco en la cabeza sos un hit. Los extranjeros te sacan fotos, te convertís en el éxito del facebook de toda Alemania de la noche a la mañana. Seguramente en Berlín en este momento hay dos grandotes comentando sobre el señor del loro de San Telmo. Apuesto.
La otra pregunta es: ¿Cómo uno llega a San Telmo? Hay gente que cree en el destino, hay otros que creen en la suerte, o la casualidad. Yo creo en el patovica de la vida.
A veces nosotros en los caminos de la vida queremos hacer algo y vamos por ahí. De pronto hay un guardia de seguridad de boliche que se interpone y te dice, “No. Por acá no”. En términos inmobiliarios es cuando conseguiste el crédito para un departamento, pagaste el depósito, presentaste todos los papeles y vas a firmar. Pero finalmente no. Porque se cayó el techo, se arrepintió el dueño, fundió el banco. Ese es el patovica de la vida diciéndote que no, que por ese camino no vas a pasar.
En cambió, cuando el patova está a favor, vos no querés ir por ese camino, te tratas de escapar y finalmente te agarra de las pestañas y te pone en órbita, te guste o no.
Yo - no quiero
Patova - entrá
Yo - no quiero, pasaba por acá de casualidad
Patova - entrá
Yo – No. Suerte con eso.
Patova - No me hagas calentar
Yo - Ni loca
Patova - me cansaste.
y te pega un voleo. Acto seguido te alza a upa y te lleva por ese camino, te corre los obstáculos, te lleva a babucha.
A mi me pasó así con San Telmo. Yo odiaba San Telmo. Nunca, jamás, ni loca, ni completamente pasada de éxtasis iba a vivir en este barrio de cerveceros, hippies del norte, toca sikus.
Yo vivía en Barrio Norte con las señoras de pichicho de cartera.
Tuve que dejar de un segundo al otro mi bulo de revista Cosmopolitan y me ofrecieron un departamento en plena peatonal, y como no me quedaba otra acepté.
Y ahí entendí, que es como estar de vacaciones todo el tiempo, ir a la verdulerá y escuchar a la gente en checo me parece genial. Que la gente camine tranquila sacando fotos, sin apuros, sorprendiéndose es convertirse en el anti porteño apurado malhumorado y quejoso.
Ahí descubrí el diario el Sol dirigido, paradójicamente, por una hawaiana, Catherine.
Ella estaba muy preocupada por que el barrio no se convirtiera en Palermo Hollywood, que se sobrepase en turístico y se llene de extranjeros.
Lanzó la pregunta ¿Cómo podemos resguardar la identidad de San Telmo? Yo todavía no encuentro mi propia identidad, cada día sé menos quién soy ¿Y a vos se te ocurre buscar la de tanta gente?
Y eso hizo el diario, salir a preguntar qué les gusta de San Telmo.
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